martes, 8 de septiembre de 2015



Un solo suspiro de María vale más que todas las oraciones
“El Rosario es un arma potentísima para poner en
fuga a los demonios... El rosario mariano, ademas,
no sólo sirve especialmente para defenderse
de los enemigos de Dios y de la religión, sino que
también aviva las virtudes cristianas, las fomenta
y pacifíca los ánimos.”
—Pío XI, Encíclica Ingrevescentibus malis
“En cierta ocasión, mientras Santo Domingo predicaba el Rosario a una gran muchedumbre, le presentaron un albigense poseído del demonio; lo exorcisó y arrojando su rosario sobre el cuello del poseso le preguntó a los demonios, a quién temían más de todos los Santos del cielo y a quién debían amar más los mortales. Los espíritus inmundos prorrumpiendo en alaridos ante semejante pregunta se resistieron suplicando al Santo que tenga piedad de ellos.
Maria
Insistió Santo Domingo a que respondieran a su pregunta mas todo fue inútil. Viendo que los demonios se negaban a decir palabra alguno se puso de rodillas y elevó a la Santísima Virgen esta plegaria: “¡Oh excelentísima Virgen María! Por virtud de tu Salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que respondan a mi pregunta!” Los demonios gritando le rogaban al Santo que no los atormentara más, que les permitiera salir de ese cuerpo sin decir palabras. “Infelices sois e indignos de ser oídos”, respondió Santo Domingo. Y arrodillándose, elevó esta plegaria a la Santísima Virgen: “Madre dignísima de la Sabiduría, te ruego en favor del pueblo aquí presente -instruido ya sobre la forma de recitar bien la salutación angélica- ¡Obliga a estos enemigos tuyos a confesar públicamente aquí la plena y auténtica verdad al respecto!”
Había apenas terminado esta oración, cuando vio a su lado a la Santísima Virgen rodeada de multitud de ángeles, que con una varilla de oro en la mano golpeaban al poseso y le decía: “Responde a Domingo mi servidor.” Nadie veía ni oía a la Santísima Virgen, fuera de Santo Domingo.
Entonces los demonios comenzaron a gritar: “¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados -a pesar nuestro- a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas! Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
“Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta -así lo llamaban en su furia- no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión -obligados por la violencia que nos hacen-, que nadie que persevere en el rezo del rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos”.


https://youtu.be/vbjCLypnvRg    

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